El padrastro de Roque Daniel Delgado era mexicano. Un verdadero mexicano. Santiago se vestía impecablemente, llenaba su casa de Chicago con cuadros coloridos y grandes muebles, insistiendo en hablar en español, y se enorgullecía de su familia católica que se extendía por toda el área de Guadalajara como una vid de veranera que crece rápidamente.
En realidad, Santiago comenzó su vida en Mezquitic, un pueblo empobrecido ubicado a unas 100 millas de la gran ciudad. Él trabajó fuertemente como todo un hombre. La fuerza y la tenacidad le llevaron hacia el norte y hacia el Río Grande; él se cruzó a nado hasta Estados Unidos y no miró atrás hasta que llegó a Chicago.
A la edad de cuatro años, Roque conoció a Santiago. Él era el padre que él conocía. Además de enseñarles a sus hijos agradecimiento por lo que tenían, y una reverencia por Dios, Santiago también era un alcohólico, un adicto sexual, y peleaba de forma explosiva con la madre de Roque.
La mayoría de las veces, Roque se retiraba del lugar. Él tenía sentimientos encontrados hacia su padrastro y se sintió aliviado cuando Santiago abandonó a la familia después del colapso de la salud mental de su madre cuando él tenía once años de edad. Cuando Santiago se fue, también desapareció el hablar en español y el orgullo mexicano. Para Roque, un gran alivio. Su vida se desvió hacia el caos homosexual y luego al caos transgénero hasta que Jesús lo reclamó a través de Sus miembros fieles (esa es otra historia…).
Un recuerdo de Santiago permaneció con Roque. Justo después de su matrimonio, Santiago tomó a su nueva esposa e hijos en una nueva y elegante autocaravana en un viaje de 2000 millas desde Chicago hasta Guadalajara. En todo ese diciembre de aquel año, Roque se maravilló de la amplitud y profundidad de la familia mexicana de Santiago. El pequeño clan de Chicago fue incorporado por esta familia mayor con quienes se reunían constantemente, por lo general en torno a las comidas y las misas de Adviento en las iglesias y catedrales ornamentadas. Roque también recordaba la sombría pobreza de Mezquitic y la cabaña donde Santiago creció. Ésta asustaba a Roque en su suciedad; los niños hacían sus necesidades con los cerdos.
La belleza, la pobreza, la ambivalencia. Cuando Roque regresó a México el año pasado para ayudarnos con nuestra tercera Capacitación Aguas Vivas, el Espíritu Santo le susurró que Él iba a reclamar lo que era precioso de las raíces mexicanas de Roque. Todos los caminos condujeron a Santiago, a quien Roque apenas había visto desde hace veinte años. Dios comenzó a revolver los recuerdos, en su mayoría negativos, los cuales requerían que Roque abriera su “herida de padrastro” y la lavara en la fuente del perdón. Comenzar a hablar nuevamente en español y socializar con sus compañeros mexicanos exigía que Roque se apropiara de quién era él como hijo de Santiago, un hombre de México.
La semana pasada Roque y yo (y muchos otros) regresamos a México para nuestra cuarta Capacitación Aguas Vivas allí. Esta vez nos reunimos en Guadalajara; Roque recordó sitios que había compartido con Santiago veintisiete años atrás, en especial las catedrales. A la luz del amor de Jesús y su nueva familia, Roque contempló el pasado con una visión renovada. Él recordó un hombre fuerte y orgulloso rodeado de su familia que intentaba darle a su hijo cosas buenas.
Nuestra capacitación tuvo lugar a un par de horas al norte de Guadalajara. En el camino, nos perdimos cuando nosotros (incluyendo Roque) conducíamos lentamente por las calles obstruidas de un pueblo; era primitivo, tremendamente pobre. Cuando preguntamos pidiendo orientación sobre el lugar, una mujer dijo: “Ustedes están en el lugar equivocado; esto es Mezquitic”. Dios entró en movimiento a través de un GPS defectuoso: Roque se conectó con los recuerdos de décadas atrás, e inhaló las dificultades que habían forjado a Santiago.
Poco había cambiado en este pueblo olvidado. Roque no podía olvidar su primera exposición a la pobreza del único papá que él había conocido. Tentado por la repulsión, él optó por la compasión. Y el orgullo en Santiago por lo que él había logrado. En verdad, Roque lleva lo bueno de Santiago, es decir, su fuerza y tenacidad, la dignidad orgullosa de un hombre mexicano.
Cuando salimos del pueblo, llegamos a una pequeña plaza con una iglesia. “Mi papá y todos nosotros fuimos un día a una fiesta allí después de misa”. El sol brilló sobre Roque ese día: su corazón ahora puede reclamar lo que es bueno y verdadero de sus raíces. A medida que avanzaba nuestra capacitación, me llené de orgullo cuando Roque humilde y profundamente compartió su herida étnica y su redención ¡en español!